Aún recuerdo mis primeros pasos en redes sociales. Tras iniciarme en chats como Terra o IRC Hispano y descubrir con admiración las capacidades de un programa que te permitía la comunicación en directo por mensajería (MSN Messenger), llegaron a mí Facebook y Tuenti (versión española más adolescente).
Me cautivaron, me parecieron herramientas increíbles, potenciaron mi vida social y me sumergí en ellas desde una posición que, ahora lo entiendo, era muy ventajosa.
Mis redes sociales fueron una prolongación de mis redes físicas. Por lo general en mi identidad virtual prolongaba mis experiencias del mundo real, y las propias experiencias virtuales daban sus últimos coletazos en mi vida «real».
Recuerdo hacer un blog donde con un buen amigo parodiábamos a compañeros del equipo de baloncesto, siempre sobre las bases de una sólida camaradería que hacía que todo chascarrillo fuese bien recibido y aumentase nuestro vínculo como equipo, una época maravillosa de mi vida.
Pero el tiempo pasó y las redes sociales fueron mutando en manos de ávidos programadores con, en ocasiones, muy pocas miras en materia de ética y sociología.
Hubo cambios que me parecían drásticos y que me hicieron perder esa mágica esencia que al principio me enamoró. Mi «muro» ya no tenía un orden cronológico, sino que mostraba lo que Facebook quería. Voy más allá, ya no aparecía tanta información escrita, cada vez más imágenes. Luego vídeos.
Hoy leo, sin sorpresa alguna, que Facebook tiene recogido en documentos internos que Instagram es una red con potencial tóxico, especialmente para chicas adolescentes.
Podéis profundizar en ese tema con este interesante artículo de El País (necesita crear cuenta de usuario).
En mi labor docente he llevado estos temas muchas veces a clase, y hace muy poquito que trabajamos con alumnado de 1º de bachillerato (17 años) sobre el siguiente gráfico:
El gráfico analiza el porcentaje de adolescentes con síntomas clínicamente relevantes de depresión en función de las horas de uso de redes sociales. El artículo académico que incluye dicho gráfico lo puedes encontrar aquí, aunque tendrás que pagar.
Como docente también me corresponde exprimir el gráfico para puntualizar los problemas de tratarlo así, de forma aislada y sesgada.
Lo primero es que no se puede graduar un eje como el horizontal de forma que un mismo espacio es, al principio, media hora y luego una hora. Tampoco podemos asegurar una correlación únicamente con el gráfico, podría indicar que las personas ya deprimidas encontrasen en las redes sociales un consuelo y no ser las redes sociales las que aumentasen la depresión.
Sea como sea, la realidad es que intuimos que algo está mal en las redes sociales. Lo podemos confirmar al ver que una plataforma como Netflix se arriesga y saca un documental con bastante éxito que trata dicho tema.
Yo tengo claro que las redes sociales están haciendo mucho daño a la sociedad. Sí, las adolescentes son las más perjudicadas por la presión social y el sistema patriarcal, pero aquí nadie se libra.
Nuestra misión (la mía y la de Humanidad Sostenible), a pesar de lo anterior, no es generar miedo o recelo. Con el miedo no se construye nada útil, así que mejor hagámoslo con el conocimiento.
Mi consejo es que escuches las advertencias que llegan y empieces a tomarte en serio el efecto que las redes sociales tienen sobre tu vida, si es que aún no lo haces. Una vez consigas entender cómo está cambiando la sociedad y crispándonos y enfrentándonos a todos, podrás utilizar las redes sociales con conocimiento, «hackeando» el algoritmo a tu favor.
Si no sabes por dónde empezar quizá puedes seguir nuestro curso de Salud Digital. Tendrás muchísimas nociones de todo lo que está ocurriendo.
O también puedes leer un libro fantástico, El enemigo conoce el sistema, de Marta Peirano.
De verdad, las redes sociales son una herramienta maravillosa, tanto social como laboralmente hablando. Eso sí, como pasa con cualquier herramienta, sin conocimiento podemos acabar usándolas en nuestra contra.
Esto me recuerda cuando compré una pala de punta plana para cavar mi huerto por no saber mucho de palas… menos mal que aprendí la lección y decidí relegarla a un armario mientras terminaba mi labor con una maravillosa pala curva, como la que me hubiese recomendado cualquier labriego.
Eso sí, la lección me sirvió para sacar mi lustrosa pala plana en la primera gran nevada del año… fantástica para ese uso.
Como decía Confucio: «El conocimiento os hará libres». Y quizá a través del mismo las redes sociales vuelvan a ser más humanas… y sostenibles.
Por cierto, si tienes interés en estos temas déjanos un comentario con lo que te surja o quieras conocer más a fondo, seguro que puedo ayudarte.
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